Podríamos pensar que la porción que nos ha tocado vivir es
especialmente difícil —y pudiéramos desear que no fuese así. Desearíamos
tener una vida de comodidad y esplendor, con mejores perspectivas —sin
zarzas ni espinas— sin preocupaciones o provocaciones. Tenemos la idea
de que si fuese así seríamos siempre mansos, pacientes, serenos,
confiados y felices. Cuan deleitoso sería nunca tener una preocupación,
una irritación, un problema o algún desconcierto.
Pero el hecho es que ese lugar en el que nos encontramos es
precisamente el lugar donde el Señor desea que vivamos nuestra vida.
Nada ocurre al azar en el mundo de Dios. Dios guía a cada uno de Sus
hijos por el camino correcto. Él sabe dónde —y bajo cuáles influencias—
cada vida en particular madurará de mejor manera.
Un árbol pudiera crecer mejor en un valle protegido, otro
quizás al a orilla del agua, otro en una montaña inhóspita, arrasado por
tormentas. Cada árbol y cada planta se encuentra en el lugar preciso,
en el lugar requerido para su proceso de crecimiento. ¿Crees que Dios se
ocupa más de los árboles y de las plantas que de sus propios hijos?
¡No!
Él nos coloca en medio de las circunstancias y experiencias
donde nuestra vida crecerá y madurará de mejor manera. Las pruebas
particulares a las que estamos sujetos se corresponden a la disciplina
exacta que necesitamos para que surja la belleza y la gracia de un
genuino carácter espiritual. Estamos en la escuela correcta. Quizás
pensemos que pudiéramos madurar más rápidamente en medio de una vida más
fácil y más esplendorosa. Pero Dios sabe lo que es mejor para nosotros
—Él no comete errores.
Existe una pequeña fábula sobre una flor que crecía sola en
un rincón sombrío del jardín. Se sentía descontenta al ver a las demás
flores descansando gozosas debajo del sol, y rogaba ser movida a un
lugar más visible. Su oración le fue concedida. El jardinero la
trasplantó a un lugar más conspicuo y soleado. Ella estaba grandemente
agradada —pero de inmediato ocurrió un cambio. Sus retoños perdieron
gran parte de su belleza y se tornó pálida y enfermiza. El sol ardiente
hizo que se debilitara y se marchitara. De manera que volvió a orar para
que se la llevaran a su lugar anterior en la sombra. El sabio jardinero
sabe mejor que nosotros dónde plantar cada flor.
De la misma forma, Dios, el Jardinero Divino conoce el lugar donde Sus hijos pueden acercarse mejor hacia lo que Él ha deseado que seamos.
Algunos requerirán de feroces tormentas; algunos solo prosperarán bajo
la sombra de la adversidad; y algunos —pudiendo su belleza ser
estropeada debajo de fuertes experiencias— llegan a la madurez más
dulcemente debajo de la influencia suave y gentil de la prosperidad. ¡El
Jardinero Divino conoce lo que es mejor para cada uno!
En lo relativo a la providencia de Dios, no hay un lugar en
este mundo en el cual no sea posible ser un verdadero cristiano; no hay
lugar en el cual no sea posible modelar todas las virtudes de la
piedad. La gracia de Dios ofrece la potencia suficiente para permitirnos
vivir de forma piadosa donde quiera que Él nos llame a habitar. Cuando
Dios elige un hogar para nosotros Él nos equipa adecuadamente para sus
pruebas peculiares.
Dios adapta Su gracia para las particularidades de la
necesidad de cada uno. Para los caminos tortuosos y pedregosos —Él
provee calzados de hierro. Él nunca manda a alguien que está calzado con
sandalias de seda a escalar una montaña aguda y escabrosa. Él siempre
nos da gracia suficiente. A medida que las cargas se hacen más pesadas
—Su fuerza aumenta. Cuando las dificultades se complican —Él se acerca a
nosotros. Cuando las pruebas se hacen más dolorosas el corazón confiado
encuentra su calma en Él.
Jesús siempre ve a sus discípulos cuando están luchando
contra las olas —y llega en el momento preciso para librarlos. De forma
que esto hace que sea posible vivir una vida genuina y victoriosa bajo
cualquier circunstancia. Cristo puede fácilmente hacer que José
permanezca puro e íntegro en el Egipto pagano, de la misma manera que
puede hacer que Benjamín permanezca seguro, refugiado en el amor de su
padre.
Mientras más agudas las tentaciones, más gracia divina es
concedida. Por lo tanto, no hay ninguna prueba, ninguna dificultad o
penuria en la que no podamos vivir hermosas vidas de fidelidad y de
conducta piadosa.
Así que, en lugar de ceder ante el desaliento cuando las
pruebas se multipliquen, cuando se torne difícil vivir correctamente o
ser satisfechos con una vida muy defectuosa —debería ser nuestro
propósito determinado vivir —por medio de la gracia de Dios, y a través
de esa gracia— una vida paciente, mansa y sin mancha, justo en el lugar y
en medio de las circunstancias que Él asigne para nosotros. La
verdadera victoria no viene cuando evadimos o escapamos de las pruebas,
sino cuando las enfrentamos y las soportamos.
Las preguntas no deben ser, “¿Cómo puedo salir de estas
preocupaciones? ¿Qué puedo hacer para llegar a un lugar donde no hayan
irritaciones, donde no haya nada que pruebe mi temperamento o pruebe mi
paciencia? ¿Cómo puedo evitar las distracciones que continuamente me
acosan?” El vivir de esa forma no tiene nada de noble.
Las preguntas deben ser más bien estas: “¿Cómo puedo yo
pasar por estas experiencias tan difíciles sin fallar como cristiano?
”¿Cómo puedo soportar estas luchas sin sufrir una derrota? ¿Cómo puedo
vivir en medio de todas estas provocaciones, en medio de todas estas
situaciones que prueban mi carácter, y vivir dulcemente, sin hablar
desatinadamente, soportando las heridas mansamente, y respondiendo a
insultos con respuestas suaves?” Ese debe ser la preocupación de la vida
cristiana.
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