Y llegó el día crucial.
El decreto promovido por Amán animaba a los persas a atacar a los judíos y
quedarse con sus bienes. Pero el segundo decreto promovido por la reina Ester,
permitía a los judíos defenderse de cualquier ataque.
Había mucha gente en
Persia que odiaba a los judíos y pretendían obtener la victoria sobre ellos,
pero en “el mismo día en
que los enemigos de los judíos esperaban enseñorearse de ellos, sucedió lo
contrario; porque los judíos se enseñorearon de los que los aborrecían.”
(Ester 9:1)
Los
judíos estaban armados y organizados. Habían tenido 9 meses para prepararse y el
Señor les había dado un arma muy poderosa:
El temor de ellos había caído
sobre todos los pueblos. –
Ester 9:2
Dios
había obrado en favor de Su pueblo de manera sobrenatural y había colocado en
lo más alto del reino a una reina y a un primer ministro judíos. Había puesto
en los enemigos de Israel el temor del resultado de odiar a los judíos. La
historia de Amán había corrido como la pólvora y estaba muy presente en la
memoria de los enemigos del pueblo de Dios.
Era el
mismo miedo que habían mostrado a Jacob en su viaje a Betel (Génesis 35:5), el
mismo miedo que había ido por delante de Israel antes de que entraran en la
tierra prometida (Deuteronomio 2:25). Rahab les había dicho a los espías que el
miedo a Israel había paralizado a las naciones en Canaán (Josué 2:8-11).
Uno de
los grandes problemas de nuestro mundo hoy en día es que se ha perdido el temor
a Dios.
Romanos 3:18
“No
hay temor de Dios delante de sus ojos.”
No
solo entre los no creyentes, sino también entre el pueblo de Dios.
El
temor a Dios protege a aquellos que le honran y creen Sus promesas. Los judíos
creyeron el decreto de Mardoqueo, recobraron nuevos ánimos y no tenían miedo a
sus enemigos. Antes que el rey Josafat saliera a la batalla, el mensaje de Dios
para él fue este:
2 Crónicas 20:20
“Oídme, Judá y
moradores de Jerusalén. Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros; creed
a sus profetas, y seréis prosperados.”
Los
persas tenían, además, miedo a Mardoqueo. Los príncipes, gobernadores y altos
oficiales del imperio persa ayudaron a los creyentes a defenderse contra los
ataques (Ester 9:3).
Los
cristianos debemos vivir nuestra fe de una manera que el poder de Dios sea
manifiesto en nuestra vida. Seguimos teniendo un enemigo poderoso que siempre
está presto a destruirnos, un león rugiente buscando a quien devorar (1 Pedro
5:8).
Cuanto
mayor sea nuestra cercanía a Dios, cuanto mayor temor de Dios tengamos, cuanto más
confiemos en Sus promesas, menos oportunidades tendrá Satanás para atacarnos. En
muchos casos, en lugar de actuar como hijos de Dios, como vencedores, vivimos
en derrota.
Debemos
ser conscientes de que vivimos en una batalla espiritual continua, pero también
de que tenemos las armas dadas por Dios para vencer, para vivir la vida que Él
ha planeado para nosotras: la armadura de Dios (Efesios 6:10 y ss.) y la
oración y la Palabra de Dios (Hechos 6:4).
Ahora,
la pregunta es, ¿estamos viviendo como vencedoras o estamos dejando que el
diablo llegue a lo más profundo de nuestro ser, de nuestra mente y de nuestro
corazón, llevándonos a vivir en derrota?
Romanos 8:31-34, 38
¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por
nosotros, ¿quién contra nosotros?
El que
no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo
no nos dará también con él todas las cosas?
¿Quién
acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
¿Quién
es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó,
el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.
Antes,
en todas estas cosas somos más que
vencedores por medio de aquel que
nos amó.
Si
Dios nos dio a Su Hijo, si Dios es el que justifica, si Jesús es quien
intercede por nosotras, si la Biblia dice que somos más que vencedoras, ¿por
qué no vivimos así? ¿Por qué vivimos agobiadas, estresadas, derrotadas? ¿Por
qué decidimos luchar a nuestra manera en lugar de confiar en Dios? ¿En lugar de
apoyarnos en Dios?
Santiago 4:7
“Someteos, pues, a
Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros”
El
ataque a los judíos fie feroz en Susa, en la capital del reino (Ester 9:6).
Quizás esto se deba a que aún había muchos hombres leales a Amán. Incluso sus
diez hijos tomaron las armas (Ester 9:10 (y murieron en la horca (Ester 9:13). Que
75.000 persas murieran ese día da cuenta de la gran cantidad de personas que
odiaba a los judíos y que quería destruirlos (Ester 9:16).
Ese
día por fin terminó, Dios había llevado al pueblo a la victoria y ahora tocaba
celebrar:
Ester 9:18-21
Pero los judíos que estaban en Susa se
juntaron el día trece y el catorce del mismo mes, y el quince del mismo
reposaron y lo hicieron día de banquete y de regocijo. Por tanto, los judíos
aldeanos que habitan en las villas sin muro hacen a los catorce del mes de Adar
el día de alegría y de banquete, un día de regocijo, y para enviar porciones
cada uno a su vecino.
Y
escribió Mardoqueo estas cosas, y envió cartas a todos los judíos que estaban
en todas las provincias del rey Asuero, cercanos y distantes,
ordenándoles
que celebrasen el día decimocuarto del mes de Adar, y el decimoquinto del
mismo, cada año
Como celebración y, sobre todo, como recordatorio de
lo que Dios había hecho, Mardoqueo estableció la fiesta de Purim (Ester 9:27-28).
Cuando Dios hace algo en nuestra vida, debemos
celebrarlo, recordarlo y contarlo. La fiesta de Purim se estableció para
recordar a las futuras generaciones que Dios había salvado a Israel de la
destrucción.
Hoy en día, los judíos comienzan la celebración de
Purim el día 13 del mes para conmemorar la fecha en la que se firmó el decreto
de Amán. Van a la sinagoga y escuchar la lectura del libro de Ester. Cada vez
que se pronuncia el nombre de Amán gritan “Que su nombre perezca”. Los niños
llevan una carraca especial con la que hacen ruido cada vez que escuchan el
nombre de Amán.
En la mañana del día 14, la historia de Ester se lee de nuevo en la sinagoga y la congregación se une para orar. En ese día se celebra en los hogares un banquete especial que continúa hasta el día siguiente. También se envían comida y ofrendas a los pobres y necesitados para que todo el mundo pueda celebrar.
Aquellos que no conocen la historia están condenados
a repetirla. Recordar, tanto lo bueno como lo malo, nuestras victorias y
nuestros errores nos hace bien, nos ayuda a mejorar, a crecer.
Recordemos lo que Dios ha hecho en nuestra vida hoy
¡seguro tenemos tanto que celebrar! Piensa en todas las cosas que Dios te ha
dado, en aquellas de las que te ha librado. Piensa en las situaciones adversas
en las que ha estado contigo, en el dolor que te ha ayudado a superar, en esa
relación que te ha ayudado a arreglar. Piensa en cómo te ha confortado, en cómo
te ha cuidado, en cómo te ha guiado… ¡y celebra!
Filipenses 4:4
“Regocijaos en el Señor siempre.
Otra vez digo: ¡Regocijaos!”
Parte de la victoria del creyente de la que
hablábamos antes está en la capacidad de poner “al mal tiempo buena cara”, de
vivir gozosos y contentos a pesar de las situaciones adversas que puedan venir
a nuestra vida, sabiendo que Dios tiene un plan y un propósito determinados
para cada uno de nosotros.
Contemos nuestras bendiciones en lugar de nuestros
problemas, regocijémonos en el Señor en todo momento y hablemos a otros de lo
que Dios ha hecho en nuestra vida.
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