jueves, 24 de mayo de 2018

Pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. (Santiago 1:3, NVI)





El águila madre protege sus pichones con pasión. Construye su nido en las alturas para guardarlo de los intrusos, y lo cubre con una capa de materiales suaves y cómodos.

Así crea un lugar agradable y acogedor para que sus polluelos descansen. Sin embargo, el nido de un águila contiene más de lo que se ve. Debajo de su capa de comodidad reconfortante, esa ave construyó la base del nido con rocas, palos y otros objetos afilados… un hecho bastante irónico que sus crías pronto descubrirán.

Porque cuando considera que llegó el momento, el águila madre sacude el nido, casi dándolo vuelta, y pone en contacto el fondo espinoso con las sentaderas suaves de los polluelos. Ya no es un lugar cómodo para los bebés; ahora es extremadamente incómodo, un lugar de donde quieren escapar. Porque, sí, el águila madre protege sus pichones con pasión, pero también está decidida a verlos alcanzar todo su potencial.

Así que, su tarea no está completa hasta que les provoca un nivel de incomodidad que los prepara para experimentar la realidad para la cual los creó Dios. Para pararse sobre sus patas. Para extender las alas. Y volar.

El concepto de la fidelidad, al igual que el nido del águila, también entraña más que lo evidente. No se trata solo de la suma cómoda e hipotética de las convicciones de alguien (de su fe), sino más bien de una consecuencia física de sus acciones.

Es más que tener una persuasión firme; es poner esa persuasión firme en marcha. Tener convicciones fuertes es una cosa, pero afirmarse sobre ellas, tomar decisiones y ajustar tu vida en consecuencia… eso es otra cosa. Eso es fidelidad.

La fidelidad nace cuando las expresiones externas de tus convicciones se ponen en práctica a través del tiempo. A menudo, a través de dificultades. Porque en la adversidad, se perfecciona la fidelidad y allí cobra vida.

Nunca se te ocurriría decir que una persona es fiel a menos que la hayas visto permanecer firme durante determinado curso de acción y decisión, en donde habría sido mucho más sencillo arrojar la toalla.

Cuanto más firme es una persona, más se la honra por su constancia y perseverancia.

En esencia, si solo tuviésemos los conceptos pero no la experiencia, estaríamos disfrutando de las comodidades del nido sin experimentar jamás el efecto que debe producir en nosotras. Podemos creer que las resoluciones pueden ser efectivas, pero si no actuamos en consecuencia, nunca veremos el fruto que debían producir. Nunca volaremos con las alas del Espíritu de Dios.

No experimentaremos jamás los lugares adonde Su Palabra nos abre la puerta. Tomar resoluciones no te hace fiel. Es lo mismo que los aguiluchos en el nido. Solo cuando este se sacude y despliegas las alas, cuando permaneces en vuelo sin importar cuán difícil sea seguir aleteando, allí pruebas tu fidelidad.

La fidelidad al llamado celestial.

Como Jesús. Durante Su vida y ministerio aquí en la Tierra, «… por lo que padeció aprendió la obediencia» (Hebreos 5:8). Aunque siempre tuvo la persuasión firme de buscar la voluntad de Su Padre y lo hizo a la perfección, demostró Su fidelidad al ponerla en práctica día a día, atravesar dificultades, rendir Su voluntad (Lucas 22:42), ofrecer ruegos y súplicas (Hebreos 5:7), y permanecer comprometido con los propósitos de Su Padre sin considerar Su deseo humano de alejarse de la crucifixión y la muerte.

Como resultado, «habiendo sido perfeccionado [hecho completo], vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote…» (vv. 9-10); preparado para Su propósito supremo porque «aprendió la obediencia» de la manera más difícil. Navegó a contracorriente. Sostuvo Su audaz profesión frente a los amargos peligros de la vida.

Permaneció completamente rendido y comprometido con el plan del Padre. Fiel. Y si Cristo (la deidad vestida de humanidad, nuestro mayor ejemplo de santidad y justicia) escogió humillarse lo suficiente como para ganar Su fidelidad mediante la experiencia, sin duda, lo mismo es cierto para nosotras.

Espero que seas una mujer de fe.

Pero el cielo te llama también a ser una persona de fidelidad. Cuando estás en el trabajo. Cuando estás con amigos. Cuando tienes problemas financieros.

Cuando te enfrentas a una decisión difícil. Cuando estás en medio de tu rutina y quisieras ser otra persona. Al resolver entregarte a Él con toda fidelidad, decides permitir que todo lo que crees sobre Dios y Su Palabra guíe constantemente tus pasos, tus manos, tu mente y tu corazón, a pesar de todo lo que pueda señalar en la dirección opuesta.

En un mundo marcado por el cambio constante y las opciones incrédulas, la mujer decidida a vivir en fidelidad es una ironía. Un misterio. Pero ser diferente vale la pena porque produce diligencia y fortaleza. Ser inusual vale la pena porque nos hace sentir completas y sin carencia alguna, preparadas por Dios para la gran obra que tiene para cada mujer.  Para ti. Su sierva fiel.

¡Dios te bendiga!

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