Versículo clave:
“Pero yo digo: no resistas a la persona mala. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, ofrécele también la otra mejilla.” Mateo 5:39
La persona herida suele herir a otros,
el traicionado traiciona y el rechazado rechaza, primeramente a sí mismo
y luego a los demás. La Biblia lo enseña de la siguiente manera, tanto
en el capítulo 6 del Evangelio de Lucas como en el capítulo 12 del
Evangelio de Mateo Jesús hace la siguiente declaración: “De la abundancia del corazón habla la boca“,
es decir aquel que tiene un corazón lleno de dolor, rencor y abusos del
pasado, ¡solamente de eso hablará! Y aquel que lo repite una y otra
comienza a reproducirlo en su modo de ser, lo que inicia con odio y
rencor hacia quienes lo lastimaron o abusaron de él comienza a
esparcirse hasta tomar control de su vida y reproducir el mismo abuso,
dolor y menosprecio que alguna vez sufrió. Santiago en el capítulo 4 de
su carta hace las siguientes preguntas: “¿Qué es lo que causa las disputas y las peleas entre ustedes? ¿Acaso no surgen de los malos deseos que combaten en su interior?“.
¿Cómo está tu corazón el día de hoy? Conforme hemos ido avanzando en el
estudio del Sermón del Monte que fue la primera enseñanza de Jesucristo
registrada en la Biblia diferentes áreas de nuestro corazón han sido
confrontadas y retadas a ser transformadas por la verdad de las
Escrituras. En la lectura del día de hoy Jesús comienza a hablar de
aquellas “personas malas” que nos han dañado, nos dañan o nos dañarán,
lo primero que señala es lo que la ley enseñaba respecto al mal que
hacían los agresores, ¿a cuál ley hacía referencia? A la ley de Moisés
que se menciona en el capítulo 24 del libro de Levítico, el capítulo 19
del libro de Deuteronomio y el capítulo 21 del libro de Éxodo, de este
último leamos los versículos 23 y 24: “el castigo debe ser acorde a la gravedad del daño: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, moretón por moretón“.
Todos llevamos dentro de nosotros ese sentido de “justicia” que nos
hace demandar que todo mal sea castigado de acuerdo a la gravedad del
daño causado, el problema surge cuando este mal no es castigado del todo
o cuando el castigo no es el que nosotros consideramos “justo”, es ahí
donde las heridas y el rencor combinados con la frustración dan a la luz
a un corazón amargado, y un corazón amargado no se sacia con nada que
no sea una “justa” venganza. Te lo pregunto una vez más: ¿cómo está tu
corazón el día de hoy?
El sabor de la venganza
“Han oído la ley que dice que el castigo debe ser acorde a la gravedad del daño: “Ojo por ojo, y diente por diente”“. ¿Has escuchado las frases que dicen: “la venganza es dulce” o “la venganza es un platillo que se sirve frío”? La Real Academia Española define vengar como: “Tomar satisfacción de un daño o una ofensa, humillación o perjuicio (agravio) que se hace a alguien“, es decir la venganza es una “sensación” no solamente de que se ha hecho justicia sino que además nos da la satisfacción de ver a otros recibir el mal que a nuestro parecer merecen. Es decir, podríamos parafrasear un poco estas frases populares diciendo: “disfruto y me alegro al ver al malo recibir el mal que merece”. ¿No es algo así lo que quisiéramos que sucediera con quienes nos han insultado, difamado, herido o que abusaron de nuestra debilidad o confianza? ¿No es una falta de venganza la que nos hace guardar rencores, terminar relaciones de amistad o darle la espalda a otras personas? ¿Puede Jesús cohabitar en un corazón lleno de deseos de venganza?, ¿pueden coexistir el rencor, odio y la amargura con el perdón, la misericordia y sobre todo la gracia? El “dulce” sabor de la venganza es un fallido intento de saciar un corazón amargo esclavizado por el dolor y el sufrimiento y que solamente puede ser liberado con amor y perdón. Déjame te lo explico de otra manera, la Biblia enseña en el capítulo 5 del libro de Romanos que cuando todavía éramos pecadores: “Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a morir por nosotros“. Es decir, cuando merecíamos el castigo por todo el mal que hacíamos, cuando lo justo era que fuéramos enviados a una eternidad sin el Señor, cuando no teníamos ninguna intención de conocer a Jesús sino al contrario le dábamos la espalda y hasta disfrutábamos hacerlo, cuando estábamos en nuestra oscuridad más densa justamenta allí lo repito nuevamente: “Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a morir por nosotros“. ¡Su respuesta a nuestra maldad no fue la venganza! La cual habría sido la venganza más justa de la historia de la humanidad, cuando merecíamos la muerte eterna por asesinar al hijo de Dios de manera cruel e injustificada ¡el Señor nos pagó con amor, con salvación, con perdón, con restauración y con vida eterna! Este sí que es VERDADERAMENTE un DULCE sabor que no merecíamos saborear.
“Han oído la ley que dice que el castigo debe ser acorde a la gravedad del daño: “Ojo por ojo, y diente por diente”“. ¿Has escuchado las frases que dicen: “la venganza es dulce” o “la venganza es un platillo que se sirve frío”? La Real Academia Española define vengar como: “Tomar satisfacción de un daño o una ofensa, humillación o perjuicio (agravio) que se hace a alguien“, es decir la venganza es una “sensación” no solamente de que se ha hecho justicia sino que además nos da la satisfacción de ver a otros recibir el mal que a nuestro parecer merecen. Es decir, podríamos parafrasear un poco estas frases populares diciendo: “disfruto y me alegro al ver al malo recibir el mal que merece”. ¿No es algo así lo que quisiéramos que sucediera con quienes nos han insultado, difamado, herido o que abusaron de nuestra debilidad o confianza? ¿No es una falta de venganza la que nos hace guardar rencores, terminar relaciones de amistad o darle la espalda a otras personas? ¿Puede Jesús cohabitar en un corazón lleno de deseos de venganza?, ¿pueden coexistir el rencor, odio y la amargura con el perdón, la misericordia y sobre todo la gracia? El “dulce” sabor de la venganza es un fallido intento de saciar un corazón amargo esclavizado por el dolor y el sufrimiento y que solamente puede ser liberado con amor y perdón. Déjame te lo explico de otra manera, la Biblia enseña en el capítulo 5 del libro de Romanos que cuando todavía éramos pecadores: “Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a morir por nosotros“. Es decir, cuando merecíamos el castigo por todo el mal que hacíamos, cuando lo justo era que fuéramos enviados a una eternidad sin el Señor, cuando no teníamos ninguna intención de conocer a Jesús sino al contrario le dábamos la espalda y hasta disfrutábamos hacerlo, cuando estábamos en nuestra oscuridad más densa justamenta allí lo repito nuevamente: “Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a morir por nosotros“. ¡Su respuesta a nuestra maldad no fue la venganza! La cual habría sido la venganza más justa de la historia de la humanidad, cuando merecíamos la muerte eterna por asesinar al hijo de Dios de manera cruel e injustificada ¡el Señor nos pagó con amor, con salvación, con perdón, con restauración y con vida eterna! Este sí que es VERDADERAMENTE un DULCE sabor que no merecíamos saborear.
El corazón de Jesús
“Pero yo digo: no resistas a la persona mala. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, ofrécele también la otra mejilla“. Jesús vino a revolucionar la manera en que la gente entendía y vivía su fe en Dios. Conocer el corazón del Señor se había reducido meramente a cumplir con la ley de Moisés, ¡nadie estaba interesado ya en tener una relación personal con Dios! Pues si lo hubieran hecho se habrían dado cuenta lo que Jesucristo les vino a decir: ¡más importante que la ley es conocer al que la creó y entender los motivos por los cuales la creó! De pronto: “el ojo por ojo” se convirtió en un “si alguien te bofetea la mejilla derecha ofrécele también la otra” y el “diente por diente” se transformó en un “Si te demandan ante el tribunal y te quitan la camisa, dales también tu abrigo. Si un soldado te exige que lleves su equipo por un kilómetro, llévalo dos“. ¡Qué cambio tan radical! Pero Jesús no vino a enseñar algo que Él mismo no estuviera dispuesto a sufrir. Cada humillación, bofetada, cada vez que fue escupido e insultado, cada clavo y herida de espinos y lanza eran merecedores de una justa venganza pero Él que tenía todo el poder y recursos para vengar hasta el último de los pensamientos que hubo en su contra no lo hizo. “Sin embargo, fueron nuestras debilidades las que él cargó; fueron nuestros dolores los que lo agobiaron. Y pensamos que sus dificultades eran un castigo de Dios; ¡un castigo por sus propios pecados! Pero él fue traspasado por nuestras rebeliones y aplastado por nuestros pecados. Fue golpeado para que nosotros estuviéramos en paz;
fue azotado para que pudiéramos ser sanados. Todos nosotros nos hemos extraviado como ovejas; hemos dejado los caminos de Dios para seguir los nuestros. Sin embargo, el Señor puso sobre él los pecados de todos nosotros.” (Isaías 53:4-6)
“Pero yo digo: no resistas a la persona mala. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, ofrécele también la otra mejilla“. Jesús vino a revolucionar la manera en que la gente entendía y vivía su fe en Dios. Conocer el corazón del Señor se había reducido meramente a cumplir con la ley de Moisés, ¡nadie estaba interesado ya en tener una relación personal con Dios! Pues si lo hubieran hecho se habrían dado cuenta lo que Jesucristo les vino a decir: ¡más importante que la ley es conocer al que la creó y entender los motivos por los cuales la creó! De pronto: “el ojo por ojo” se convirtió en un “si alguien te bofetea la mejilla derecha ofrécele también la otra” y el “diente por diente” se transformó en un “Si te demandan ante el tribunal y te quitan la camisa, dales también tu abrigo. Si un soldado te exige que lleves su equipo por un kilómetro, llévalo dos“. ¡Qué cambio tan radical! Pero Jesús no vino a enseñar algo que Él mismo no estuviera dispuesto a sufrir. Cada humillación, bofetada, cada vez que fue escupido e insultado, cada clavo y herida de espinos y lanza eran merecedores de una justa venganza pero Él que tenía todo el poder y recursos para vengar hasta el último de los pensamientos que hubo en su contra no lo hizo. “Sin embargo, fueron nuestras debilidades las que él cargó; fueron nuestros dolores los que lo agobiaron. Y pensamos que sus dificultades eran un castigo de Dios; ¡un castigo por sus propios pecados! Pero él fue traspasado por nuestras rebeliones y aplastado por nuestros pecados. Fue golpeado para que nosotros estuviéramos en paz;
fue azotado para que pudiéramos ser sanados. Todos nosotros nos hemos extraviado como ovejas; hemos dejado los caminos de Dios para seguir los nuestros. Sin embargo, el Señor puso sobre él los pecados de todos nosotros.” (Isaías 53:4-6)
“Pues dicen las Escrituras:«Yo tomaré venganza; yo les pagaré lo que se merecen», dice el Señor.”
(Romanos 12:19) El deseo de venganza nace de un corazón que no ha
querido perdonar a quien considera culpable, un corazón deseoso de
satisfacerse viendo el mal que alguien más reciba como “justa
recompensa” por el mal que causó. Hemos olvidado que ¡todos hemos hecho
lo malo y lo seguiremos haciendo! ¿Pero qué pasa cuándo es nuestro mal
el que está por ser castigado? ¿No clamamos por misericordia y perdón?
¡Por qué queremos cosechar lo que no hemos sembrado! Jesucristo vino a
enseñarnos lo que mencionan la Escrituras en el capítulo 10 de Mateo: dar de gracia lo que de gracia recibimos.
¿Y qué es la gracia? La gracia es recibir aquello que no merecíamos, es
decir, una salvación eterna mediante el perdón de nuestros pecados. No
nos corresponde a nosotros ejecutar la venganza contra el mal que hemos
recibido, ¡no podemos saber todo lo que hay en el corazón de quien nos
ha dañado ni sus motivos! Solamente el Creador que lo conoce todo es
quien puede dar el pago justo, lo que nos toca a nosotros es aprender a
perdonar de la misma manera en que hemos sido perdonados, amar a quienes
no lo merecen del mismo modo en que fuimos amados cuando no lo
merecíamos, hemos sido salvados para convertirnos en instrumentos de
salvación y no de ira o juicio. Un corazón que no perdona y “libera” a
su agresor está destinado a ser un corazón como el que comenzamos
describiendo en nuestro estudio de hoy: herido y listo para herir a
otros de quienes cosechará nuevas heridas que le causarán un dolor más
profundo y entonces querrá herir aún más y este ciclo no terminará hasta
haber destruido su vida y la de quienes lo rodeaban. ¡Aprendamos a
poner la otra mejilla! Por supuesto que lo que Jesús proponía no era que
dejáramos que quien abusa de nosotros lo siga haciendo, el estaba
apuntando a nuestro corazón, a lo que albergamos dentro de nosotros tras
el daño recibido, ¡vayamos a Él a desahogarnos y a clamar por justicia!
Pidámosle fuerzas para perdonar y dejar “libre” a nuestro agresor
porque de otra manera ¡lo llevaremos siempre dentro de nosotros
causándonos un daño cada vez mayor! Que tu anhelo no sea: “¿cómo le voy a
hacer ahora para que pague lo que hizo?” sino “Señor dejo la venganza
en tus manos, no quiero mi justicia sino la tuya, así como hiciste
conmigo haz con mi agresor”. Abramos nuestros oídos y corazón a Romanos
12:21: “No dejen que el mal los venza, más bien venzan el mal haciendo el bien“.
Porque será el amor con el que nosotros paguemos el que quebrará los
corazones más duros y dará esperanza a quienes están asfixiándose por el
odio y el rencor. Deja que la gracia, la misericordia y el amor de tu
Salvador fluyan a través de ti a quienes a tu parecer lo merezcan y
también a quienes no, del Señor será la respuesta final.
¿Has notado que guardas rencores o deseos de venganza en tu corazón?
Pídele perdón a Dios por cerrarle la puerta a su amor y misericordia y
escoger en tu orgullo odiar y desearle el mal a alguien más. Deja a tu
agresor en manos de Dios, perdónalo y deja que sea Él quien le dé el
justo castigo que merezca en el tiempo y las maneras que Él decida.
Dale gracias Jesús por su infinito e inmerecido amor, dale gracias
por su Gracia y misericordia, por su obra en la cruz y su eterna
salvación. Pídele que te enseñe a amar como Él te ha amado, a dar
gracias como la que Él te dio y a conocer el corazón de Dios detrás de
su Palabra.
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