Versículo clave:
“Como ya no son dos sino uno, que nadie separe lo que Dios ha unido.” Mateo 19:6
La lectura de nuestro estudio del día de hoy es una pequeña porción que forma parte del primer mensaje público que dio Jesucristo, mientras más leemos este mensaje conocido como el Sermón del Monte más frecuentemente encontramos que Jesús estaba redefiniendo muchos conceptos que se habían desvirtuado con el paso de los años, con sus palabras y enseñanzas retaba los razonamientos de la gente y confrontaba los motivos de su corazón. Cuando leemos la vida de Jesucristo plasmada en los cuatro Evangelios podemos notar que Él continuamente hacía declaraciones similares a la siguiente que se encuentra en el capítulo 5 del Evangelio de Juan: “Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta; juzgo según Dios me indica. Por lo tanto, mi juicio es justo, porque llevo a cabo la voluntad del que me envió y no la mía“, es decir, Jesús vino a obedecer de tiempo completo a su Padre y a realizar su voluntad en todo momento. El tema del divorcio resulta un tanto delicado para algunos y otro tanto complejo para otros así que más que emitir un juicio o una opinión estudiemos los principios que enseña la Palabra respecto a este tema y permitamos que el Espíritu Santo nos guíe a toda verdad.
Una Idea de Dios
“¿No han leído las Escrituras? Allí está escrito que, desde el principio, “Dios los hizo hombre y mujer”. —Y agregó—: “Esto explica por qué el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su esposa, y los dos se convierten en uno solo”“. El matrimonio es una idea de Dios, fue Él quien estableció que el fundamento de una familia y por lo tanto de la sociedad sería el compromiso de amor, entrega y respeto que se harían un hombre y una mujer para convertirse en uno solo por el resto de sus vidas. Jesucristo en el capítulo 19 del libro de Mateo se toma un tiempo para explicarle a la gente que desde el diseño original de su Padre de crear un hombre y una mujer estaba ya establecido que en una etapa de sus vidas las personas desearían salir de su casa y su comodidad para iniciar una nueva vida a lado de alguien del sexo opuesto aquien amarían y se entregarían para fundirse en “uno solo”, después de esto comentó lo siguiente: “como ya no son dos sino uno, que nadie separe lo que Dios ha unido“. El principio original era bastante claro: un matrimonio es una unión de dos personas que ¡nada ni nadie debe separar! ¿Por qué creemos que tenemos ideas mejores que las de Él?, ¿Es que acaso no consideró el Señor todas las posibilidades dentro de un matrimonio cuando estableció que sería una unión permanente? ¡Por supuesto que sí! El problema está en que hemos sido nosotros quienes hemos rebajado un pacto sagrado y permanente a un mero acuerdo que podemos romper cuándo y cómo queramos. Una y otra vez vemos a personas que se unen en matrimonio con otras personas que ni aman ni conocen a Dios, se toman decisiones a la ligera y no se consulta al Señor, ¡no es de extrañarse que tantos matrimonios se conviertan en una relación tan difícil de llevar! Todo proyecto que iniciamos sin incluir a Dios está destinado a venirse abajo a menos que reconozcamos nuestro error, le pidamos su intervención y enfrentemos con firmeza y entereza las consecuencias de nuestras malas decisiones. Y es precisamente esto último lo que nadie quiere hacer, hacerse responsable de sus actos y pelear por enderezar la situación. Fallamos al no incluir a Dios al inicio de nuestro matrimonio pero también fallamos al no darle una oportunidad de restaurarlo, ¡démosle el control de nuestro matrimonio al Señor! Que sea Él quien determine el siguiente paso.
“¿No han leído las Escrituras? Allí está escrito que, desde el principio, “Dios los hizo hombre y mujer”. —Y agregó—: “Esto explica por qué el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su esposa, y los dos se convierten en uno solo”“. El matrimonio es una idea de Dios, fue Él quien estableció que el fundamento de una familia y por lo tanto de la sociedad sería el compromiso de amor, entrega y respeto que se harían un hombre y una mujer para convertirse en uno solo por el resto de sus vidas. Jesucristo en el capítulo 19 del libro de Mateo se toma un tiempo para explicarle a la gente que desde el diseño original de su Padre de crear un hombre y una mujer estaba ya establecido que en una etapa de sus vidas las personas desearían salir de su casa y su comodidad para iniciar una nueva vida a lado de alguien del sexo opuesto aquien amarían y se entregarían para fundirse en “uno solo”, después de esto comentó lo siguiente: “como ya no son dos sino uno, que nadie separe lo que Dios ha unido“. El principio original era bastante claro: un matrimonio es una unión de dos personas que ¡nada ni nadie debe separar! ¿Por qué creemos que tenemos ideas mejores que las de Él?, ¿Es que acaso no consideró el Señor todas las posibilidades dentro de un matrimonio cuando estableció que sería una unión permanente? ¡Por supuesto que sí! El problema está en que hemos sido nosotros quienes hemos rebajado un pacto sagrado y permanente a un mero acuerdo que podemos romper cuándo y cómo queramos. Una y otra vez vemos a personas que se unen en matrimonio con otras personas que ni aman ni conocen a Dios, se toman decisiones a la ligera y no se consulta al Señor, ¡no es de extrañarse que tantos matrimonios se conviertan en una relación tan difícil de llevar! Todo proyecto que iniciamos sin incluir a Dios está destinado a venirse abajo a menos que reconozcamos nuestro error, le pidamos su intervención y enfrentemos con firmeza y entereza las consecuencias de nuestras malas decisiones. Y es precisamente esto último lo que nadie quiere hacer, hacerse responsable de sus actos y pelear por enderezar la situación. Fallamos al no incluir a Dios al inicio de nuestro matrimonio pero también fallamos al no darle una oportunidad de restaurarlo, ¡démosle el control de nuestro matrimonio al Señor! Que sea Él quien determine el siguiente paso.
El Plan Original
“Jesús contestó: —Moisés permitió el divorcio solo como una concesión ante la dureza del corazón de ustedes, pero no fue la intención original de Dios”. En los tiempos de Jesús la ley decía lo siguiente: “Un hombre puede divorciarse de su esposa con solo darle por escrito un aviso de divorcio“, en la versión Reina Valera se traduce divorciarse como: “repudiar a su mujer”, la Real Academia Española define repudio como: rechazar o no aceptar. Es decir, era válido rechazar a una mujer y hacerle saber que ya no la aceptaban como su esposa ¡con una carta! Pero Jesucristo vino a darle un giro a esta ley: “Pero yo digo que un hombre que se divorcia de su esposa, a menos que ella le haya sido infiel, hace que ella cometa adulterio; y el que se casa con una mujer divorciada también comete adulterio“. Unamos las diferentes porciones de la Palabra que acabamos de revisar: La intención original de Dios para el matrimonio no era el divorcio sin embargo Moisés lo permitió debido a la dureza del corazón de las personas, esta dureza llegó a un nivel de frialdad tal que un matrimonio podía terminar en cualquier momento con una simple declaración de término de la relación por escrito sin embargo Jesús dejó en claro que el repudio del corazón detrás de un divorcio ¡es pecado y abre la puerta al adulterio! . El plan original de Dios para el matrimonio siempre ha sido ¡que nunca se separe! Y quien considere separarse debe saber que abre la puerta al pecado y con esto llegan consecuencias muy dolorosas que marcan la vida de las personas por el resto de sus días. Pero no solamente salen lastimados quienes se divorcian, los hijos, padres, tíos y las familias enteras son afectadas cuando un matrimonio se desmorona. ¡Qué triste es ver que un plan de Dios dirigido a unir personas para siempre termina con dos corazones fríos, lastimados y completamente separados! Un matrimonio no es una decisíon que se toma a la ligera, es un pacto sagrado que debe llevar la aprobación del Señor y que debemos estar dispuestos a cumplir por el resto de nuestras vidas ¡sin importar lo mucho que nos pueda costar! La base de un matrimonio feliz y duradero está en que lo formen dos personas que tienen una relación personal con Jesucristo, pues a través de esta relación podrá fluir el amor, el perdón, la paciencia y la sabiduría que se requerirá con el paso de los años.
“Jesús contestó: —Moisés permitió el divorcio solo como una concesión ante la dureza del corazón de ustedes, pero no fue la intención original de Dios”. En los tiempos de Jesús la ley decía lo siguiente: “Un hombre puede divorciarse de su esposa con solo darle por escrito un aviso de divorcio“, en la versión Reina Valera se traduce divorciarse como: “repudiar a su mujer”, la Real Academia Española define repudio como: rechazar o no aceptar. Es decir, era válido rechazar a una mujer y hacerle saber que ya no la aceptaban como su esposa ¡con una carta! Pero Jesucristo vino a darle un giro a esta ley: “Pero yo digo que un hombre que se divorcia de su esposa, a menos que ella le haya sido infiel, hace que ella cometa adulterio; y el que se casa con una mujer divorciada también comete adulterio“. Unamos las diferentes porciones de la Palabra que acabamos de revisar: La intención original de Dios para el matrimonio no era el divorcio sin embargo Moisés lo permitió debido a la dureza del corazón de las personas, esta dureza llegó a un nivel de frialdad tal que un matrimonio podía terminar en cualquier momento con una simple declaración de término de la relación por escrito sin embargo Jesús dejó en claro que el repudio del corazón detrás de un divorcio ¡es pecado y abre la puerta al adulterio! . El plan original de Dios para el matrimonio siempre ha sido ¡que nunca se separe! Y quien considere separarse debe saber que abre la puerta al pecado y con esto llegan consecuencias muy dolorosas que marcan la vida de las personas por el resto de sus días. Pero no solamente salen lastimados quienes se divorcian, los hijos, padres, tíos y las familias enteras son afectadas cuando un matrimonio se desmorona. ¡Qué triste es ver que un plan de Dios dirigido a unir personas para siempre termina con dos corazones fríos, lastimados y completamente separados! Un matrimonio no es una decisíon que se toma a la ligera, es un pacto sagrado que debe llevar la aprobación del Señor y que debemos estar dispuestos a cumplir por el resto de nuestras vidas ¡sin importar lo mucho que nos pueda costar! La base de un matrimonio feliz y duradero está en que lo formen dos personas que tienen una relación personal con Jesucristo, pues a través de esta relación podrá fluir el amor, el perdón, la paciencia y la sabiduría que se requerirá con el paso de los años.
Como lo hemos comentado una y otra vez Dios siempre tiene puesta su mirada en nuestro corazón más que en nuestras palabras o acciones, El capítulo 5 del libro de Efesios captura este mandato de Dios para los hombres: “Maridos, eso significa: ame cada uno a su esposa tal como Cristo amó a la iglesia. Él entregó su vida por ella“. Y para las esposas menciona lo siguiente: “así como la iglesia se somete a Cristo, de igual manera la esposa debe someterse en todo a su marido”. ¡El Plan de Dios es que lleguemos a ser más como Él cada día! Es decir, Él anhela que amemos como Él nos ha amado, que seamos capaces de perdonar y olvidar la ofensa como Él lo hace con nosotros cada vez que le confesamos nuestros pecados y nos arrepentimos, así como Él hizo un pacto eterno de salvación ¡así debemos hacer nosotros también pactos permanentes de amor con nuestro esposo o esposa! ¡Somos Hijos de Dios! ¡Somos llamados a ser como Él! Dios espera que antes de considerar la posibilidad de un divorcio ¡te asegures de haber entregado tu vida por tu esposa y de haberla amado con todo lo que eres y lo que tienes! Espera de ti mujer que ¡vuelvas a respetar a tu esposo y a recuperar tu amor y admiración por Él en lugar de menospreciarlo y compararlo con otros! Requiere mucha humildad escoger el camino de la restauración de un matrimonio y tan solo una pizca de orgullo el escoger el rechazo, repudio y divorcio. Sin embargo las consecuencias son diametralmente opuestas. Es preferible meses de inversión en sanar y restaurar corazones lastimados que años de pleitos, rencores y amarguras que terminan afectando en la mayoría de los casos también a los hijos que se criaron en ese matrimonio. ¡Hagamos desde un inicio las cosas como Dios lo ha dicho! Pidámosle consejo antes de casarnos, escojamos darle nuestro corazón a alguien que ame al Señor y entienda el valor de un pacto como lo es el matrimonio que se hace no solamente ante el cónyuge sino también ante el Señor; y si ya estamos dentro de un matrimonio que inició sin la aprobación de Dios ¡pasemos tiempo a sus pies pidiéndole de su misericordia para que su reino sea establecido en nuestro hogar! Viviamos como hijos de Dios, amando, perdonando y dando nuevas oportundiades como Él lo ha hecho con nosotros. Por supuesto hay relaciones donde la violencia no da lugar a una restauración y el maltrato debe ser no solamente detenido sino también denunciado, pero aún los matrimonios más dañados y separados cuando las dos personas le entregan su vida a Jesús y nacen a una nueva vida en Él pueden encontrar la restauración y una nueva vida juntos en Él.
Si todavía eres soltero o soltera haz un compromiso con Dios de que no
tomarás el tema del matrimonio a la ligera, pídele que te guíe a darle
tu corazón a un hijo o hija suya que lo amen con todo el corazón.
Comprométete a no darle tu corazón a un incrédulo y a consultarlo en
cada relación que inicies para saber si la aprueba o no.
Si ya estás dentro de un matrimonio con alguien que no ama a Dios,
pídele al Señor que te dé la sabiduría para vivir de manera ejemplar de
modo que el corazón de tu esposo o esposa lleguen a ser ganados por tu
santidad y puedan así establecer un matrimonio cristiano.
¡Dios te bendiga!
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